sábado, 24 de octubre de 2009

Lo que se dice un ídolo

Puro Fair Play de Roberto Fontanarrosa

Pedrito se apioló tarde de cómo venía la mano. Porque él podía haber sido un ídolo, un ídolo popular, desde mucho tiempo antes. Lo que pasa que el Pedro, vos viste cómo es, un tipo que se pasa de correcto, de buen tipo.
Decime vos, ocho años jugando en primera y no lo habían expulsado nunca. ¡Nunca, mi viejo nunca! Ni una expulsión ni una tarjeta amarilla aunque sea. Y mirá que liga, eh. Porque siempre fue para adelante y lo estrolaban que daba gusto. Muy respetado por los rivales, por el referí, por todos, pero le pegaban cada guadañazo que ni te cuento. y sin embargo, nunca reaccionó. mirá que más de una vez se podía haber levantado y haberle puesto un castañazo al que le había hecho el ful, o a la vuelta siguiente encajarle un codazo, pero él... nada che. Una niña. Un duque el Pedro. Claro, ¿cómo no lo iban a querer? Los contrarios, los compañeros, todos. Pero... ¿querés que te diga? No sé si era cariño, cariño. por ahí era respeto, más que nada. Respeto. ¿viste? Porque mirá que yo lo conozco al Pedro y te digo que no es un tipo demasiado fácil para acercarse, para hablar, para... ¿cómo te digo?... para que se te franquee. ¿Viste? No es un tipo que va a venir y sin que vos le preguntés nada te va a contar de algún balurdo que tiene, algún fato afectivo... no, no es de esos. Es un tipo más bien reconcentrado que, a veces, para que te cuente qué le pasa, la puta, se lo tenés que preguntar mil veces, y eso que a mí me conoce mucho.
Incluso yo a veces le decía: “No dejés que te peguen” porque me daba bronca ver cómo la ligaba y se quedaba muzarella. “No dejes que te peguen, Pedro” le decía. “Poneles una quema, meteles una buena plancha, a ver si así te van a entrar tan fuerte”.
Y me decía que no, que es muy jodido pegar siempre siendo delantero. Sí, andá a decirle al Pepe Sasía eso, andá a decirle al cordobés Willington que no se puede pegar siendo delantero. O al negro Pelé, sin ir más lejos, que tiene el record de tipos quebrados. Andá a decirle al Pepe Sasía que a los delanteros les es más difícil pegar. El Pepe te metía cada hostiazo que te arrancaba la sabiola. Le bajaba cada plancha a los fulbá que te la voglio dire. Pero al Pedro qué le iba a pedir eso. Si ni cuando se armaban esos bolonquis de todos contra todos o esos entreveros con el referí en el medio, que son ¿sabe qué? pa repartir tupido, son una uva, él se quedaba a un costado, con los bracitos en la cintura, ni se acercaba. Y en esos entreveros no hay peligro ni de que te echen, ahí te meten esos puntines en los tobillos, o te tiran del pelo, te meten los dedos en los ojos o te african un cabezazo y vale todo. Nadie vio nada. Que siga la joda. Y no era que el Pedro no se metiera de cagón, ¿eh? Porque eso sí, de cagón nunca tuvo un carajo. Un tipo que se mete en el área como se mete el Pedro, oíme, a un tipo de esos ni en pedo lo podés catalogar de cagón.
Pedro no se calentaba. Tenía eso. No se calentaba. No era un tipo que se podía calentar. Lo fajaban y se quedaba en el molde. Y la hinchada lo quería, sí, pero nada más. Cuando salía de los vestuarios, después del partido, las palmaditas, “Bien Pedro”, “Buena Pedrito”. pero ahí nomás. A veces algún cantito. O no lo puteaban demasiado cuando perdían. El Pedro siempre normal, en siete puntos, seis puntos, como diría el Flaco.
¿Sabés cuál era la cagada del Pedro? Yo lo estuve pensando. Era muy lógico. Mirá vos, era muy lógico. Nunca decía algo fuera de la lógica. Todo era, digamos, criterioso. Pensando. Lógico, todo era lógico. Me acuerdo que íbamos a jugar contra Boca, en Buenos Aires, y le preguntan qué pensaba del partido. Y él contesta que lo más probable era que perdiéramos. Que con un empate estábamos hechos. ¡Por supuesto que lo más probable cuando salís de visitante es que te hagan el hoyo, y no en cancha de Boca, en cualquiera.
Pero, viejo, qué sé yo, agrandate, decí: “les vamos a romper el culo”, “les vamos a hacer tricota”, qué sé yo. No te digo siempre, pero alguna vez, andá en ganador. No, el Pedro siempre con la justa: “La verdad que nos van a ganar”. “Si sacamos un empate estamos hechos”. “La lógica es que nos rompan el orto”.
Claro, desde un punto de vista razonable, todo lo que él decñaraba era cierto. No se le podía discutir. O cuando se perdía. Era lo mismo que cuando lo fajaban. Siempre estaba de acuerdo con el resultado. “Nos ganaron bien”, “jugando así nosotros, era lógico que nos ganaran”, “nos tendrían que haber hecho más goles”. Nunca se enojaba. Era como cuando lo fajaban los defensores. Se la bancaba siempre. Nunca ibas a leer declaraciones de que les habían afanado el partido, que los habían cagado a patadas, que les habían cagado a patadas, que les habrían cobrado un gol en offside. Nunca. ¡Te imaginás! Fue premio a la caballerosidad deportiva como mil veces.
Y cuando se armó la primera vez este fato con la mina ésa, también. Porque tampoco el Pedro era un tipo que le podías buscar una fulería en su vida privada.
Padres macanudos, ningún problema con los viejos, y la Isabel, la noviecita de toda la vida. Y pará de contar. Ni jodas, ni calavereadas, ni un chancletazo por ahí. Nada. Fue cuando le inventaron el fato ese con la Mirna Clay, la cabaretera esa. ¡Mirá vos! Justamente a Pedro venirle a inventar que se encamaba con esa mina. Al Pedro, que la Isabelita lo tenía más marcado que los fulbás contrarios. Y además, ni falta hacía marcarlo, porque para eso era un nabo. Pero vos viste que hay periodistas que ya no saben qué carajo inventar y armaron todo el verso ese de que el Pedro andaba con la Mirna Clay. ¡El quilombo que se armó! ¡Para qué! El Pedro, ahí sí, fue a la revista, chilló, tiró la bronca y los ñatos de la revista pegaron marcha atrás y desmintieron todo. Que habían sido rumores, que eran todas mulas, en fin. La cosa que el Pedro se quedó tranquilo. Y fijate que ahí yo estuve a ponto pero a punto de decirle algo, pero me callé la boca.
Dijo: “callate Negro, que por ahí la embarrás” y me callé bien la boca. Yo los conozco mucho a los viejos, a la Isabelita, ¿sabés? y preferí quedarme en el molde.
Pero mirá vos, para el tiempo, y esta otra revista empieza con la misma milonga. Con otra mina pero con la misma milonga. Ahora con la loca ésta, la Ivonne Babette, pero con el mismo verso. Que los habían visto juntos, que parecía que el Pedrito se la movía, que qué sé yo. Para colmo la mina ésta que debe ser más rápida... una luz la mina... agarró el bochín y empezó con que estaban perdidamente enamorados, que Pedro era el único amor de su vida, en fin. Se ve que armaron el estofado a partir de esa foto que salió cuando el equipo tenía que viajar a Perú y les sacaron una foto en el aeropuerto cuando justo estaba la reventada ésta que también viajaba en el mismo avión.
Para colmo la mina sale al lado de Pedro. Eran como mil en la delegación pero dio la puta casualidad que esta mina sale junto al Pedro. Y se ve que ahí armaron el estofado. Qua a la mina le viene macanudo, mirá qué novedad.
Y ahí sí, lo agarré al Pedro y le dije: “Pedrito, no hagás declaraciones. No digás ni desmientas nada. Quedate chanta, haceme caso”. Lo corrí un poco con el verso de que él no podía prestarse a ese escándalo, que él tenía que mantenerse por sobre toda esa suciedad, que no tenía que prestarse siquiera a hablar del asunto. Que ya bastante se había ensuciado antes con el balurdo anterior con la Mirna Clay. Y el Pedro me hizo caso. Lo llamaban de los diarios y él decía que no iba a hablar del asunto. Que no insistieran. Y los periodistas, que son lerdos también, se agarraron de eso que “el que calla otorga”. Y dieron el caso como comprobado. Hasta diarios más serios hablaron del caso del Pedro con esta mina. Y la mina ¡para qué te cuento! inventó cualquier boludez para darle manija al asunto. Cuando el Pedro quiso parar la cosa, ya era demasiado grande y tuvo que quedarse en el molde.
Eso habrá durado un par de semanas. La Isabelita se enojó con el Pedro y casi lo manda a la mierda, los diarios dijeron que esa pelota confirmaba el enganche del Pedro con la Babette ésta, en fin, un quilombo impresionante.
Al domingo siguiente, tenían que jugar en buenos Aires un partido chivo contra Vélez. Y al Pedro lo marca Carpani, un hijo de mil putas que le pega hasta a la madre y este Carpani lo empieza a cargar. Le decía: “¡Qué mierda te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”, esas cosas. Y le tocaba el culo. Al final el Pedro, mirá como estaría, le pegó semejante roscazo que le arruinó la jeta. Le puso una quema en medio de la trucha que lo sentó de culo en el punto del penal. ¡Te imaginás lo que fue eso! Que al terrible Carpani, el choma que se comía los pibes crudos, el patrón del área, le pusieran semejante hostia en la propia cancha de Vélez, en el Fortín de Villa Luro. Lo tuvieron que sacar en camilla porque quedó boludo como media hora. Y a Pedro, más bien, tarjeta roja y a los vestuarios. Por primera vez en la vida. pero después me contaba, los de Vélez lo miraban pasar para las duchas y no decían nada, lo miraban nomás. Hasta hubo uno que le dio la mano.
Le dieron pocos partidos. Y volvió en cancha nuestra, contra la lepra. Y ahí se confirmó mi teoría. Era un mundo de gente. Muchos habían ido por el partido, pero muchos habían ido para verlo al Pedro. ¡Y cuando entró... se venía abajo la tribuna, mi viejo! “Y coja, y coja, y coja Pedro, coja” cantaban los negros. Era una locura. “Y pegue, y pegue, y pegue Pedro pegue”. Como será que hasta el Pedro se emocioná y se apartó y se apartó de los muchachos para saludar a la hinchada con los dos brazos en alto. Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó. Aunque no me lo reconozca porque nunca volvió a darme demasiada perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la mano.

domingo, 18 de octubre de 2009

Palabras para pragmáticos


"Si juego bien y gano, es normal; si juego bien y pierdo, por lo menos obtuve un triunfo con el buen juego. En cambio, si juego mal y además pierdo, sufro doble derrota".
Francisco Maturana, ex técnico de la selección de Colombia.

Celeste y rojo


"Celeste y rojo", un cuento de Pablo Ramos


A la memoria de Beto

Caminaba hacia el bar pero se detuvo un poco antes de llegar a la puerta. Un perro viejo se había echado sobre el colchón de hojas amontonadas por el viento; ahí, quieto, parecía no respirar. Él se agachó y con un pedazo de corteza seca lo tanteó en la barriga.

El perro estiró una pata y luego, lentamente, giró la cabeza: tenía los ojos de piedra. Él le acarició le lomo y se levantó, sosteniéndose de la pared. Dale Arsenal leyó en letras que le parecieron su letra, pintadas con aerosol rojo. Respiró profundo el aire frío, se acomodó la camisa y el pullóver adentro del pantalón y subió el cierre de su campera hasta el cuello. Llegó al bar, empujó la puerta y entró.

El bar era un mostrador, algunos bancos altos, el billar y una mesa redonda donde cuatro hombres jugaban generala triple. La poca luz provenía de la calle, toda la que podía entrar a través de los vidrios mugrientos. Sobre la mesa se mezclaban los vasos a medio tomar, los cigarrillos, los dados que iban y venían, y las apuestas: fichas amontonadas en el centro.

- Qué hacés acá, pibe, ¿no deberías estar guardado vos? -lo saludó Ángel.

- Vine a despedirme, me voy.

Ángel dejó un dado y metió los otros adentro del cubilete. Lo miró con desconfianza.

-Un as te va en segunda. -El jugador de la derecha señalaba una planilla escrita en lápiz, tres columnas de números ordenados de alguna manera.

-A mí también me gustaría irme algún lugar -dijo Ángel, y encendió un cigarrillo con otro que hacía equilibrio en el borde de la mesa

-¿Te anoto o no te anoto? -insistió el jugador.

Ángel hizo una seña, tomó un trago y, con la vista puesta en la mesa, dijo algo a modo de despedida

En la calle había empezado a llover. El perro parecía no tener fuerzas ni para resguardarse. Lo tomó de la cola y lo arrastró despacio hasta el rectángulo seco bajo el balcón de chapa de la casa de al lado. Sintió el viento en la cara y escuchó el silbato del tren detrás del murmullo de la avenida Mitre. Caminó pensando en lo que, días atrás, le había dicho el Ruso.

-Tres -le había dicho-, con tres estás al pelo. Si te tomás cuatro sos capaz de pelearte con un gorila.

Llegó a su casa y entró por la puerta del patio. Su madre no estaba. No quiso mirar hacia ningún rincón, sintió que cualquier cosa podía haberlo hecho dudar, haberlo detenido.

Tomó la mochila y metió el walkman y la bandera de Arsenal de Sarandí. Tomó la plancha de pastillas, sacó todas las pastillas y se las metió en la boca. Masticó y bajó el amasijo con agua. Celeste y rojo, pensó; y salió de la casa.

Tenía cuatro cuadras hasta la avenida Mitre y, después de cruzarla, unos metros más hasta la escalera del viaducto. Celeste y rojo, se le cruzó otra vez sin saber por qué. Sólo los colores, los dos colores que estaban ahora en su mochila y caminó casi feliz por el descubrimiento de esa idea: celeste y rojo todo junto atrás en la mochila. El corazón se le aceleraba y casi no podía respirar. Como en un sueño, su cuerpo lo llevaba a través de la tormenta, las calles vacías, las hojas de otoño bajo sus pies dormidos.

De pronto se encontró frente a la escalera del viaducto sin recordar haber cruzado la avenida. Encendió el walkman y comenzó a subir los escalones de hormigón. La escalera que lleva a la estación Sarandí del Ferrocarril Roca, una isla de cemento entre dos vías.

Las piernas de le aflojaban y sentía la transpiración más helada que la lluvia. La música era apenas un susurro al oído, entonces subió el volumen y se concentró en la canción. Hablaba de alguien que se iba lejos, a otro país. Pensó en lo que sería vivir en otro país, en la serenidad y en la lejanía que parecían estar incluidas en esas palabras. Caminaba por el andén.

Trataba de pensar en fútbol, en alguna tarde de sábado guardada sólo ahí, en su memoria, y que por eso estaba destinada a perderse para siempre. Recordó un gol cualquiera, tal vez inventó uno, un gol al Porvenir. Celeste y rojo todo junto atrás en la mochila, pensó, y sacó la bandera, se la ató al cuello, la vio agitarse en el viento. Subió más el volumen del walkman: los que no pueden más se van, decía la canción. Entonces bajó a las vías y extendió los brazos, con los colores flotando en el aire, como un pájaro sereno, un ser invencible. El silbato del tren, el bulto enorme salido entre las sombras.

Los que no pueden más se van, se van; eso decía ahora la canción.

"Con perdón de las damas"

¿Cómo ajusticiarías a Codesal?

Hasta ahora mucho toque y poca hacha

Seis minutos limpios de criminalidad malsana para los sanguinarios de siempre. "Realmente para ir en cana", declara Bonadeo.


"Lo que se dice jugador al fulbo"


Pincelada maestra de Roberto Fontanarrosa, Igualito al Patrón Bermúdez, ¿no?


Sí, sí, claro, por supuesto, usté me menciona todos esos nombres y, lógico, yo no le voy a decir que no. Porque yo también los he visto, los he visto, los he visto a todos. Usté me habla de Ramos Delgado, del peruano Meléndez y sí, por supuesto, no le voy a negar que han sido grandes zagueros, grandes jugadores.
Le digo más, yo le voy a nombrar algunos otros de los cuales por ahí no se habla tanto pero eran jugadores de gran calidad. Le nombro sin ir más lejos a un valentino. No sé si usté se acordará de él. Un dos que jugaba en Argentinos Juniors: Valentino y Ditro. En ese gran equipo con Pando, Carceo... ¿eh?... Un jugador técnico, fino. O si no le nombro a Casares, la Chocha Casares, un morocho que jugaba en Central, que era un jugador de cuello duro, una niña jugando.
Claro... ¿qué pasa?... Qur por ahí fueron jugadores que jugaron siempre en equipos chicos y usté sabe bien, no nos vamos a engañar, que la prensa porteña se ocupa siempre nada más que de los grandes, porque no nos vamos a engañar.
Pero... además de los nombres que usté dice, que yo le reconozco que han sido fulbá pero fulbá de calidá, yo le puedo nombrar otros... ¡mi amigo! esos sí que eran jugadores y se lo digo, usté perdone, con el derecho que me dan los años que uno lleva viendo fulbo. ¿Qué edad me dijo usté que tenía? Bueno, ya ve, le llevo como treinta pirulos, y entonces le puedo nombrar a jugadores como el Gallego Pérez, jugadores que le han dado lustre al fulbo nacional. Pero jugadores jugadores lo que se dice jugadores que usté no los iba a ver reventando una pelota o tirándola afuera a la marchanta. Jugadores que usté los veía y daba gusto. No como estos animales que usté ve ahora, ¡hágame el favor! que cobran lo que cobran y no saben dominar un fulbo, dígame la verdá. Me vienen a hablar de Perfumo, de Passarella... ¡Por favor! Son jugadores fuertes, sí, rápidos, pero que no me los va a comparar. Lo que pasa es que ahora aparece cualquier fulbá que pega un par de patadas y ya dicen que es “mariscal del área”, “patrón del área”... déjeme de joder.
Ahora sí, eso sí, yo le reconozco que todos estos jugadores que usté me nombraba han sido fenómenos grandes jugadores dentro de ese puesto, un puesto que es muy jodido porque usté sabe que si falla el dos es gol seguro. Y eso que en general estamos hablando de fulbás que fueron grandes jugadores en una época en que el fulbá se quedaba atrás y se la bancaba solo, nada de tener el seis al lado como ahora que la llevan mucho más aliviada.
Yo le reconozco que todos éstos han sido grandes jugadores, pero si yo le tengo que nombrar un fulbá centro jugador al fulbo, lo que se entiende por jugador al fulbo, yo no lo dudo un momento: Palito Salvatierra.
Ya sé, ya sé, usté no lo habrá sentido nombrar porque claro, yo le estoy hablando de unos quince años atrás y además de un jugador que nunca vino a jugar a Buenos Aires. Le digo más, nunca jugó en primera, nunca jugó profesionalmente al menos no profesionalmente como lo que se entiende por eso. Pero, vaya usté todavía hoy a preguntar en algunos barrios de Rosario por Palito Salvatierra. Vaya y pregunte. ¡Y en barrrios futboleros eh! Barrios fulboleros fulboleros, que han dado al fulbo nacional montones de glorias nacionales.
Lo que pasa es que Palito nunca quiso firmar para ningún clú profesional, vaya a saber. Cada uno es dueño. Yo no soy de meterme en la vida privada de nadie. Y eso que yo a Palito lo conocía bastante, no personalmente, no éramos amigos porque no éramos del mismo barrrio. El área de Saladillo y yo siempre viví en Tablada, Pero eso sí, le digo que hacían cola para llevárselo.
De central lo iban a buscar todos los años. Incluso ya de grande. 22, 23 años, lo seguían yendo a buscar para que firmara. De Ñul también. Y de Central Córdoba, bueno, de Central Córdoba ya lo tenían cansado pidiéndole que jugara para ellos. Claro, lo veían jugar en los noturnos, o en los torneos de la zona y se volvían locos de pensar que ese jugador no estuviera jugando en Primera. Porque, le aseguro, de los que han estado jugando en primera ninguno, ninguno, le ata los botines a Palito Salvatierra. Una prestancia, una calidá, una elegancia, jugador de cabeza levantada, sereno, era... mire... un arcángel ese hombre en el área, para colmo rubio, alto, delgado. Y jugador técnico en partidos que no son para ser muy técnico que digamos, en partidos chivos, en clásicos de barrio, con las hinchadas de los equipos ahí nomás, al lado de la línea de fuera, muchos chupados, gente de andar calzada con bufosos, con púas. Cancha donde las líneas de la cancha estaban marcadas con zanjas, no con líneas de cal. Y donde él fuera se hacía respetar con policías a caballo que se la pasaban recorriendo todo el contorno de la cancha para que la gente no se metiera adentro.
Había que estar ahí adentro y aguantarse las pueadas. Y bueno, en esos partidos, en esos partidos, cuando ya los ánimos se han puesto espesos y usté ve que los delanteros entraban al área como para reventar al que se le pusiera adelante, venían los centros y Palito saltaba y cuando parecía que la iba a cabecear, la paraba con el pecho. ¡Ahí! ¡Ahí!, en medio del área, con mil tipos entrando a la carrera, en el punto del penal! La parada con el pecho porque no cabeceaba nunca, no le gustaba cabecear, no sé, no le gustaba. La paraba con el pecho, la ponía contra el piso y ahí empezaba, la pasaba para acá, para allá, hacía pasar a un tipo, a otro, en una baldosa ¿eh? en una baldosa, y salía che, salía, el fulbo pegado al botín y sin mirarlo, mirando de lejos, medio como si no le importara, pero ya vichando a los delanteros para meter el pase. ¡Parecía que pensaba en otra cosa, mire! ¡Eso era lo que daba más bronca! Y metía el pase, treinta, cuarenta metros. ¿Se acuerda de Sacchi? ¡Una cosa así! ¡Nunca rifó una pelota, pero nunca! Yo he visto morirse un viejo al lado mío pidiéndole que la tirara afuera, un partido contra Palermo.
¿Tirarse al suelo? ¿Tirarse al suelo Palito Salvatierra? ¡Ni soñar! Ni soñar. ¡Si casi no corría! Tranqueaba. Parecía que adivinaba adónde iba la pelota, le juro. Salían los pases y ya estaba él ahí. Simple ¿vio? fácil. Corría en puntas de pies, parecía que no tocaba el suelo. ¿Se acuerda de Messiano, el chino Messiano? ¿Ese que jugó en Central Park que Pelé le rompió la nariz de un cabezazo? Bueno, así como Messiano. Palito corría en puntas de pies. Los muchachos decían que era para no despertar al arquero de su equipo. Porque, usté va a decir que yo le exagero, pero yo he visto dormir arqueros de equipos donde ha jugado Palito Salvatierra, yo los he visto dormir con mis propios ojos. Tipos recostados contra el palo y apoliyando, en esas tardes de calor ¿vio? Apoliyar, apoliyar. ¡Si no llegaba una pelota! No llegaba una pelota.
Y le repito, en los años que yo lo vi jugar, se imagina que adonde sabíamos que había un torneo o un partido donde jugaba él ahí nos íbamos, no lo vi tirarse al suelo. No lo vi, no lo vi. Ni transpiraba. ¿Vio lo que son esas canchas? Pura tierra, cuando llueve es un barro que no se puede creer. No se ensuciaba el desgraciado salía después del partido como había entrado, era increíble.
Mire esto que le cuento le va a dar una idea de lo que era este jugador, para que vea que no le miento, porque es una anécdota que la conoce todo el mundo. Una vez había terminado una final en Bigand, en ese entoncea lo habían llevado a Palito a San Martín de Bigand y mi hermano era tesorero ahí, del clú. Habíamos ganado la final... no sé... creo que contra Independiente de Chabás, y esa noche se hacía un baile para festejar el campeonato. Y al día siguiente me contaban, no sé cómo se habían enterado pero era verdá, porque era verdá, que parece que Palito se había levantado una mina en el baile. Se imagina, un tipo como él, un crá, y además pintón, muy pintón, alto, rubio, hacía un desastre entre las mujeres, las minas lo tenían loco. Y parece que cuando se va a encamar, esa noche, se saca la camiseta y abajo tenía la camiseta del equipo. ¡A la noche! todavía con la camiseta del equipo, la número dó! ¡De no creer! Pero le digo que era un tipo que ni transpiraba jugando, no se ensuciaba, que era un duque.
Claro usté dirá: “Vaya a saber contra quién jugaba ese Salvatierra”, no vaya a creer. No vaya a creer. No hay que engañarse. En esas zonas, en esas ligas, en esos torneo hay cada nene que se la cuento, jugadores estraordinarios, cada número nueve que ya lo querría tener más de uno de los equipos de primera. Había un nueve que tewnía la Academia, el Toro Medina, que era un fenómeno. Un tanque. Se lo quería llevar Huracán, lo fueron a buscar a Rosario y todo, pero al negro le gustaba el el escabio. Estuvo unos meses en Huracán y después volvió. ¿Sabe qué jugador era ése? Cuando tenía que jugar contra Palito se venía loco. No podía creer que este otro sin correr, sin pegarle una patada, le sacaba todas las pelotas. Loco se venía. No lo podía creer.
Y hace poco lo vi de nuevo a palito. Ïbamos por calle San Martín me acuerdo en el auto de mi sobrino, el Chelo. Porque él tiene un tasi y a veces yo lo acompaño, para charlar un rato, hacerle compañía. Y me acuerdo que íbamos por San Martín y, ya de lejos, lo veo al Palito. Lo reconocí enseguida, se imagina verlo caminar nomás me di cuenta que era él, estaba un poco más gordo, no mucho pero un poco más gordo pero nomás de espalda me di cuenta que era él. Hacía años que no lo veía. Y le digo al Chelo que aminore un poco la marcha y bajo el vidrio de la ventanilla y cuando paso al lado le grito: “¡Hijo de puta!” Hijo de puta que el gol en contra que se hizo en un partido contra Cabildo no tiene nombre.